3 de enero de 2010

Las guitarras mueren de pie.

Las guitarras se mueren. Se mueren de pie. Y lloran. Las guitarras lloran cuando las abandonamos. Chirrían los acordes que nunca fuimos capaces de tocar. Se encojen con el frío porque una vieja funda no es capaz de calentar, y con el calor se estiran, y gritan de madrugada. Incluso llegan a romperse. Se rompen las propias cuerdas que tu un día me enseñaste a poner, con la delicadeza que ellas no muestran cuando lloran.
Mi guitarra aún huele a ti, a tus manos, porque sí, porque la tocaste más veces de las que lo hice yo, y como cual perro que añora a su dueño, a mí me termina por arañar. Las entrañas.
Sí, soy incapaz de tocar un sólo acorde sin acordarme de tu sonrisa al lado, de tus dedos, de tus ojos clavados en cada movimiento.
Las guitarras tienen la manía de llorar a las 5:04 de la mañana, y les da igual que yo tenga compañía en la cama. Sí, incluso en todas las noches en las que me he dormido abrazada a Jacobo, a las 5:04 de la mañana abría los ojos y ella estaba allí, al final de la habitación mirándome, preguntándome donde estabas.
A Jacobo no le gustan las guitarras, y menos la mía que siempre llora y no suena bien. Se niega a afinarse. Sí, lo hago como tu me enseñaste, siempre girando en el sentido de las agujas del reloj, nunca al revés, y al segundo acorde ya vuelve a chirriar y a arañar.
No me quiere, ni quiere a Jacobo.
Jacobo tampoco la quiere a ella y la quiere tirar. Jacobo es más de piano, ¿sabes?. Pero no quiero que me enseñe a tocar el piano. Temo que lo pianos lloren más fuerte y con más ganas que las guitarras.
Sin embargo, siempre que me despiertan las lágrimas de la guitarra a las 5:04 de la mañana, me acuerdo de tí, y creo que si Jacobo la tira, no me quedara nada. Ni tu sonrisa, ni tus dedos, ni tus ojos. Pero no sé como explicarle ésto, ni como explicarle que las guitarras mueren de pie. Y tengo miedo Antón. ¿Cuándo vas a volver?. ¿Por qué te fuiste?.