30 de junio de 2010

love is.

"¿Quién dedicará su tiempo a describir mi risa? a tientas te buscaré como buscan los escépticos una fe..."

26 de junio de 2010

lo que hemos vi(be)vido.


















Hace tiempo que aprendí que la música nos sirve. Para lo bueno y para lo malo, y la mejor manera que se me ocurrió para celebrar que España se clasificaba a los octavos en el mundial que nunca ganaremos, (al menos, yo no ganaré nada) fue con amigos y despistaos en el escenario.
Hace tiempo también aprendí que es demasiado fácil renegar de la música que escuchas o escuchaste, pero a la vez fui aprendiendo que es más sano el sentirte orgullosa de esos grupos que por muchos discos que pasen, y por muchos años que pasen, aún tienes ganas de escuchar. Y sobre todo, a pesar del tiempo, aún tienes ganas de ir a verlos, porque si otra cosa he aprendido en este tiempo de escenarios y rock, es que la música es lo que es cuando la sientes y vives en directo. Sinceramente, esos grupos han podido marcar más o menos, pueden ser más o menos famosos, pero lo que es cierto es que han crecido contigo y tu has crecido con ellos. Si, yo he crecido con Pereza, con El Canto del Loco y con Despistaos. Y lo bonito es que todo lo que hemos vivido y todo lo que hemos bebido, está anclado a sus canciones. Puede que en el iPod no suenen cada día, esas melodías, esas letras, esos acordes. Puede que te olvides de ellos durante meses, pero es inevitable que alguna palabra no te recuerde a ellos. Y sobretodo, es inevitable que cada vez que suenen, cantes, te desgarres la voz (yo hoy estoy afónica) y sonrías. Porque esa canción sonó hace años cuando a ti.... cuando a ti te gustaba ese chico. Cuando tu.... cuando tu tenías ganas de salir y gritar ¡ponme de beber!... cuando prometiste que tu....que tu siempre estarás ahí. Y así, alrededor de veinticinco canciones ayer te recordaron que los años han pasado, y ellos siempre han estado. Y otras tantas te recordaron que quedan despistaos para rato, y que "cuando empieza lo mejor", es uno de los mejores discos del 2010, y que dentro guarda abrazos y fotos de los borrachos más adorables del mundo, porque a ti te apetece vivir una gira más despistada que de costumbre y que esa gira te recuerde en cada concierto lo que has sido y lo que has vivido y lo que has bebido.

11 de junio de 2010

Cuenta conmigo.

Nunca he sido el número uno. Nosotros somos dos y a tu salud, me he tomado tres cervezas. Dejamos escapar en una sóla noche cuatro autobuses, cinco trenes y vimos despegar seis aviones. Hubo siete veces en las que nos olvidamos de pronunciar las ocho letras que necesitábamos. Y que nos salvarían. Tu solías vestir el número nueve en el campo de juego, y jamás nos pusieron un diez en la asignatura que inventamos. Suspendimos igual que las once pestañas vivían suspendidas de tus párpados. Me comí doce pasteles y apagué trece velas en mi último cumpleaños porque me dejaste sin resparación. Y no es por echar o no la culpa ni a ti ni a un estúpido número, pero es cierto que he tenido catorce días de mala suerte. Se me cayeron quince lágrimas mientras veía dieciseis letras duplicadas irse dando diecisiete vueltas por el retrete. Gasté dieciocho tiritas en ocultar las heridas que dejaste en mi, y cada una se despegó diecinueve veces recordándome que al final te quiero o te odio y que estarás, invitablemente, en mi veinte cumpleaños. Que estarás cuando cumpla los veintiuno y los veintidós. Y puede que cada vez que aparezcas me dejes sin respiración veintitrés segundos, los suficientes como para morir veinticuatro veces en tus veinticico abrazos. Llevo veintiseis días sin verte, y he roto veintisiete relaciones esperando al menos veintiocho llamadas tuyas. Me siento como si tuviera veintinueve, y sentada, esperara la crisis de los treinta. He comprado treinta y una tarrinas de helado, para que los treinta y dos días de calor sin ti se me pasen rápido; y tengo preparados treinta y tres disfraces para dejarme la piel cada noche. Quiero conocer treinta y cuatro camas, sin ser yo, y darme cuenta treinta y cinco veces que me faltas al lado cuando me levanto. Pero me engañaré treinta y seis veces, y en cada beso número treinta y siete, te odiaré con la fuerza del número treinta y ocho. La fuerza de la madurez y la pesadez de pensar en ti treinta y nueve veces al día y siempre que el reloj digital marca el número cuarenta en cualquiera de sus dígitos. Te puedo regalar cuarenta y una palabras y olvidar las demás. Pero al menos cuarenta y dos de las que restan me parecen indispensables, como las cuarenta y tres sonrisas que te robé y los cuarenta y cuatro momentos a tu lado recogidos en papel fotográfico. Apareciste un cuarenta y cinco de Agosto y te irás cuarenta y seis años después, con cuarenta y siete arrugas en la cara y cuarenta y ocho punzadas en el corazón. Y solo te seguirán los cuarenta y nueve trozos de papel de tus cartas rotas, las cincuenta zancadas que daba para llegar a tu portal y los cincuenta y un "te voy a echar de menos" que mi ego elevado a cincuenta y dos jamás me haya dejado pronunciar.