30 de agosto de 2009

-Un billete. Hasta el fin de mundo.-Pidió sin sonreír al empleado que, aburrido la sonreía al otro lado del cristal.
-¿Perdón?.-Preguntó éste a pesar de que sus oídos habían escuchado perfectamente.
-Al fin del mundo.
Al otro lado, el empleado le siguió el juego.
-¿Y tiene algún nombre ese lugar?
Ella se quedó callada tres segundos y medio.
-No lo sé. Nunca he estado allí.
-¿Y por qué hoy ha de ser el día en que lo conozcas?.-Susurró aquel chico de ojos marrones y manos fuertes por el pequeño micrófono que sobresalía del cristal que le apartaba del contacto de toda persona. Y hubiera pagado por saber a qué olía aquella chica de ojos verdes y dedos delicados. Sonrisa frágil que le había despertado en una somnolienta tarde de junio, repetida, aburrida.
-Quizá no tenga tiempo de hacerlo.
-No te puedo ofrecer ningún billete con el destino que desea. Pero si quieres, podemos hacer de una cafetería el fin del mundo.
-París. Quiero viajar en tren hasta París.
-¿París es el fin del mundo?.
-No lo sé. Nunca he estado allí.

26 de agosto de 2009

Champagne, anfetas y ADIOS.

-¿Te preocupa que el disco, como soporte, acabe por desaparecer, me refiero al disco físico?

Como me siento y me veo como un coleccionsita de música, creo que siempre vamos a ser unos cuantos "freaks" que vamos a seguir comprando música, seguramente, en las tiendas pequeñas. Y, desde el otro lado, como alguien que hace discos, pues sé que siempre va a haber unos cuantos "freaks" que lo van a querer, y para ellos seguirá teniendo valor. Pero de las cosas que no puedes controlar, no te puedes preocupar.


Quique Gonzalez.



*


No puedo evitar sonreír al romper el plástico que recubre los cd's en la tienda. El plástico que guarda
sentimientos y acordes en un formato que se queda anticuado. El plástico que aparta los emepetreses que suenan en los ordenadores de adolescentes, de la realidad de la música. El plástico que guarda motores de giras y noches de carretera. Y ayer, fui a pagar con apariencia de un disco de vinilo entre los dedos, caja de vinilo que guardaba diecisiete momentos de lo que podría ser la vida de un rockero. Melodías, estribillos, escenarios, drogas, sexo, amor, furgonetas, backstage, y Madrid. Aviones a punto de despegar en cielos azules y amarillentos. Ha despegado, todo, otra vez, y vuelven a demostrar, que la pereza no es un pecado si no una forma de hacer poesía de lo cotidiano. Pereza es enredarse en doce cuerdas de guitarra cada vez que das al "play".




"No sé escribir, sólo me quito la armadura."

20 de agosto de 2009

dieciocho es toda una vida.

Claudia se enamoró de Antón porque no era como los demás. Se enamoró, porque por las noches le gustaba sentarse a contemplar las estrellas sin importarle que su pantalón blanco de domingo se manchara del verde césped mojado. Ni tampoco le importaba tener que buscarla después de sus enfados en la playa, de noche, con tormenta, el pelo mojado y los píes llenos de tierra. Se enamoró porque sabía tocar la guitarra y no le importaba la torpeza de sus dedos sobre las cuerdas, al fin y al cabo, malgastó cientos de horas a su lado para que ahora a penas recordara el acorde LA y el MI menor. Se enamoró por sus silencios, porque callaba más de lo que hablaba y sin embargo le conocía mejor de lo que, pensaba, se conocía a ella misma. Por sus versos, por todas y cada una de las sonrisas que ella coleccionaba en una cajita de madera de dos por dos, y hablo de metros, porque coleccionaba hasta las tristes y las forzadas. Se enamoró de él porque la invitaba a café y a chocolate en invierno, en aquella cafetería en la que no se podían quitar las bufandas y el ruido de las tazas era ausente amortiguado por los guantes de lana. Se enamoró porque le componía canciones y se las cantaba, casi como un chantaje, después de hacerle el amor en aquel pequeño estudio que alquilaba y en el que la habitación principal sólo tenía luz roja y miles de instantes robados colgados en hilo y sujetos por pinzas de tender la ropa, esa que se secaba en la bañera y nunca estaba planchada. Se enamoró porque se llamaba Antón y nunca antes había conocido a nadie que se llamara asi, o simplemente nunca quiso conocer a nadie más. Al fin y al cabo, Claudia llevaba enamorada de Antón desde que jugaban a los médicos en su habitación rosa chicle, mientras sus padres y los de Antón tomaban café en una reunión animada y llena de conversaciones "para mayores". La misma habitación en la que Silvia, sus cinco años y sus muñecas toman té y corretean ahora, dieciocho años después de que Claudia se enamorara de Antón.

17 de agosto de 2009

aldiablocontodo.

Ciento cincuenta y tres días atrás de este lunes caluroso y asfixiante de agosto, decidí romper con todas las rutinas que me ataban. Es bueno recordar promesas olvidadas. Es algo que tu me enseñaste a hacer y olvidaste en el instante en que te fuiste por aquella puerta. Lo siento, aprendí a usar la ironía haciendo caso a aquellas tardes y mediodías en que repasábamos reflexiones que rebotaban en las paredes de aquellas clases de filosofía que compartíamos. Decidí, además, matar a todos y cada uno de los minutos, segundos y horas que marcaban mi vida. Rompí moldes, sí, buscando la manera de seguir girando en la ruleta de la vida sin marearme, cansarme, ni caerme, retrasarme, perderte. ¿Sabes?, me inventé mi propia manera de medir el tiempo, de medir los instantes que pasaba a tu lado, la importancia de nuestras conversaciones y silencios. Aprendí a medir la vida a base de acordes, melodías, letras, versos. ¿Sabes de lo que hablo, verdad?. Aprendí a medir la vida a base de canciones.
El despertador sonaba, lo apagaba, me ponía el mp4 en los oídos y decidía qué .mp3 marcaría aquella sucesión de acontecimientos. Muchas veces, al acostarme tenía que inventarme versos, porque, he de decir, que aún nadie me ha cantado la canción. Sí, esa que me encoja el corazón, que me hable de ti, y también de mi.
Hoy me he dado cuenta de que deje de hacerlo en el momento en que te fuiste. Dejé de hacer tantas cosas...
Hoy me he levantado, tarde, lo suficiente como para mezclar colacao con ensalada en el estómago, y joder, ha sonado la canción de hoy. Sí, hoy tengo una canción que no me habla de tí, pero si de mí, quizá mi problema es seguir hablando como si tu alguna vez hubieras estado aquí, y no darme cuenta que debajo de la sábana esta mañana sólo estaba yo. Quizá.

http://www.youtube.com/watch?v=JYvenoFJAdo

10 de agosto de 2009

perspectivas.


Una vez me dijeron que los corazones destiñen, que destiñen como lo hacen los principes azules. Una vez. Y entonces lloré, porque ni siquiera sabía que los principes azules no eran azules, si no marrones, o verdes, que eran sapos, y por muchos besos, no se transformaban. Era mi inocencia, santa, intacta, de la que nacieron lágrimas vírgenes, que sabían a pureza al llegar a los labios. Pero las lágrimas se gastan, efímeras como esta vida, y cuando los párpados se levantan, toca mirar de otra manera. Perspectivas. Y me di cuenta de que nada destiñe, si no, cambia de color. (¡Cambiar! Odio esa palabra, y todos sus derivados). Cambia de color dependiendo de la perspectiva, y cuando, después de seiscientas treinta y tres horas perdidas, con los párpados bajos y las lágrimas saladas derrapando por mis mejillas, levanté los párpados era el momento de tomar otra perspectiva. Madurar, como lo llamarían unos. No, no es eso, simplemente es darse cuenta de que la vida no es color de rosa. ni de color verde, ni marrón, ni azul. Es darse cuenta de que la vida, como el corazón y los príncipes es la mezcla de todo. Mezclate conmigo. Tú marrón y mi rojo, inventemos colores... Inventemos corazones que no destiñan.

5 de agosto de 2009

-Vamos, dime por qué no he de montarme en ese tren.
-Porque huir no es la manera de enfrentar los problemas.
-¡No, no es eso!-Chilló ella entre sollozos ahogados.
-¿Por qué no lo dices tu?.Yo también necesito escucharlo y nunca te lo he pedido...
-Yo..Yo...A mí no me queda nada, Antón, nada...
-Te puedo asegurar que sí.-Suspiró.- Te quedan los acordes de mi guitarra que cada noche me gritan tu nombre, que lloran con tus palabras, con tus suspiros... Te quedan las noches en las que las estrellas son nuestra única luz, los sueños que alguna vez pediste a las estrellas fugaces, con la cabeza apoyada en mi pecho. Nuestra banda sonora...Compuesta del sonido de tu corazón y el mío en las noches que hacemos el amor.
En ese instante, ella rompió a llorar.
-¿Por qué lo complicas todo tanto, Antón?
-Por que te quiero...pero si lo decía antes, quizá te hubiera dado tiempo a coger el tren...Ahora se ha ido y te vas a quedar conmigo.
El mundo se detuvo.

3 de agosto de 2009

Invadiendo nacionalidades (V)


Y en la terminal del aeropuerto ya no sólo estabas tu. Había carteles, trabajadores, turistas, familias, maletas, enamorados, traficantes, policías, solitarios, periodistas, niños, ancianos, ruido, cansancio en los ojos, en las manos, sonrisas tristes...y aviones despegando. Dos caladas a un cigarro y luego me besaste. Nos quedamos en silencio los último cinco minutos que estuvimos juntos, te habías cansado de repetirme que me quedara y no entendías que tenía que volver. Tampoco entendías que la vida me llevaría de nuevo a tu lado, y si para mi fue un “hasta luego” para ti fue un “hasta siempre”, sin embargo, sólo me dijiste “Te quiero”, y yo sonreí.
¿Sabes cómo acabó todo?. Siete meses después. Sí, conseguí la beca a la universidad de Bruselas, y aterricé en la misma terminal. Nunca lo supiste porque dejaste de responder a mis llamadas desde el momento en que... Desde el momento en que decidiste seguir mi vida sin mí. ¿Tan difícil era decírmelo?. Tu no me viste aquella noche, un bar, y joder, volvió a pasar, sólo estabas tú y una chica rubia a tu lado, pálida y preciosa, la besaste como lo habías hecho tantas veces conmigo. Corrí, y cuando frené lejos de la ciudad sólo tenía en las manos una botella de tequila. Brindé sin ti, brindé por nosotros, por las estrellas fugaces, los recuerdos, el bloque de pisos en la costa española en el que nos conocimos, donde nunca más ninguno de nosotros volvió. Brindé por los besos que ya no eran míos, los besos que no serían para ti. Dije hasta siempre, hasta nunca y hoy, tres años después aún sigo sentada en aquel banco que nos saludaba desde la pequeña ventana de la bohardilla en la que tu ya no vives.

Invadiendo nacionalidades (IV)



La última noche deseé que se pararan las manecillas de todos los relojes del mundo, rompiendo barreras, sin que existieran las fronteras, como hicimos en nuestro primer beso inocente e infantil. Lo deseé con todas mis fuerzas y aún así el sol salió, la gente volvió a madrugar y como río hacia el mar, la vida siguió. En aquel amanecer yo me sentí extraña espiando vidas ajenas desde el tejado que cubría tu casa, mi querida bohardilla, nuestro escondite. Subimos allí con una escalera que nos amenazó con caerse a cada momento, estirando los brazos a las estrellas que nos sonreían allí arriba y en las manos una botella de tequila. Nos sentamos en el borde de aquella ventana por la que habíamos escapado de la resaca que ya nos invadía en recuerdos y tristeza de una despedida cercana. Bebimos en silencio, apurando cada gota y aparentando que no nos quemaba la garganta. Tenía ganas de llorar y sin embargo me hice la fuerte, la chica que podía con todo y más. Agarré la botella y apuré el último trago. Tu me mirabas, pero no me decías nada y yo...Yo te besé, como si fuera la última vez.
Ahí encontré la felicidad, en tus labios, tu saliva, tus manos en mi pelo y tu lengua haciéndome cosquillas en el corazón. Temblé, me abrazaste y lloré. ¿No dicen que también se llora de felicidad?. Pero no lo entendí, estaba borracha de alcohol, tabaco y de amor. Mi interior era un remolino y tu sólo me susurrabas que me quedase allí. Yo fui la primera cobarde en esta historia, realmente no fui capaz de mandar a la mierda la matricula de la universidad, a mi familia, a mis amigos, mi casa, mi música, mi país. ¡No mandé mi vida a la mierda por ti!. Joder, estoy intentando ser irónica y ni siquiera soy capaz.
Aquella noche sólo sonreí cuando dos estrellas fugaces cortaron la oscuridad del cielo en tres. Me sorprendió que haya costumbres que rompan las fronteras igual que lo habíamos hecho nosotros.
-Di un deseo.-Me dijo al oído.
-Quiero que pasen treinta años antes de mañana.
Realmente no sé si entendiste lo que significaba aquello. Tu me susurraste que me querías follar de nuevo.
Ambas cosas se cumplieron. O realmente las cumplimos.
Dormimos por la mañana, después de que el sol se asomara tras el último bloque de pisos que nuestros ojos alcanzaban ver, después de que tus manos abrieran mis piernas otra vez y yo te llorara más aún, en tu hombro.
Nos despertamos enredados y sentí que ambos cumplíamos aquel día cuarenta y nueve, casados y toda una vida juntos.

2 de agosto de 2009

Invadiendo nacionalidades (III)



Y en el suelo dormía mi guitarra, acústica y azul, con la que hago el amor las noches en que ya no estás tu. Sólo bastaba con que te rascaras un poco la barriga, a la altura del ombligo para que yo entendiera que querías que tocara. Sin embargo era gracioso oírte decir “Guitarra” con esa sensación de que arrastrabas siempre las erres hasta el final de la garganta.
Te lloré canciones de los cantautores que me habían acompañado noches y días en aquel último año, y aunque no entendieras la mitad, todas de una manera u otra me hablaban de ti y especialmente de mi. Incluso, a veces y sin aviso previo tocaba canciones que yo misma había escrito y en todas aparecías. Tengo un nudo en la garganta. Recuerdo tu cara inmersa en los acordes, tus ojos cerrados y tus píes moviéndose al compás, generalmente lento, de cada canción. Ahí, y sólo ahí, en esos instantes, eras mío.
Fuiste mi guía entre calles desconocidas y me enseñaste que un país no se conoce por los monumentos, ni los sitios en que se concentra la mayor parte de los turistas, se conoce mezclándose con la cultura, impregnándose del olor de las calles más olvidadas, los bares más frecuentados por la gente del país, las galerías de arte y los rincones escondidos desde donde contemplábamos todo el movimiento de gente, sin que ellos vieran nuestros besos más sinceros. De manera egoísta, pero cierta, Bruselas fue más mía en aquella semana, aquellos siete días en los que callejeé, que de muchos rostros tristes y aburridos con los que me crucé. Les robé la esencia de sus calles y tú fuiste culpable.
¿Felicidad? No soy capaz de contestar con el sabor de lágrimas saladas en los labios.

Invadiendo nacionalidades (II)



Mis pupilas reflejan hoy, en este folio en blanco, sólo aquella bohardilla en la que vivimos, aquella que nunca más he vuelto a pisar, tras aquel diecisiete de agosto en que se cerró detrás de nosotros y volvimos a la realidad. Era un quinto piso, y a mi me parecía al menos un vigésimo segundo. Fuiste capaz de arrastrarme al cielo.
Treinta metros cuadros de los que sólo usábamos los dos por dos que ocupaba aquel colchón tirado el suelo. Y hacíamos el amor casi a ras de suelo. Mataste mi inocencia suicida, la misma que había gastado todo el dinero ahorrado en un año, por verte. Me arrancaste todo, la vida y las bragas, era tuya cada medianoche, cada mediodía, cada siesta por tradición nacional y cada despertar con los cuerpos tan enredados que cualquiera los hubiera confundido.
Sinceramente no sé si acabe más enamorada de ti, de Bélgica o del olor a patatas fritas que se mezclaban con palabras en un castellano demasiado pobre y un inglés peor aún. Yo sonreía diciéndote “I love you” y tu lo acentuabas contestándome “Te quiero” con el acento que te ha caracterizado desde el día, sin fecha, que te conocí, al fin y al cabo has sido parte de mis veranos desde que tengo conciencia. Parte indispensable en aquel bloque de edificios donde coincidían nuestras segundas residencias en la costa española.
Puedo recordar cada rincón de aquella pequeña bohardilla, de aquel pequeño refugio en el que me quisiste más de lo que nadie lo había hecho, lo ha hecho, ni lo hará jamás, en parte porque yo no dejaré que nadie me quiera tanto para no derramar todas las lágrimas que resbalaron con el tiempo por ti. Acto de causa y efecto, todo se acaba. Supongo que será una estrategia contra el dolor que nace tras la primera decepción de amor, por eso dicen que el “primer amor” es el más fuerte, el más importante y el más verdadero. Es cierto que no fuiste el primero, pero quizá es que a los anteriores no los podía llamar amor, y a ti te lo susurraba cada vez que introducías parte de ti en mi. Cada rincón, cada baldosa de aquel suelo frío y hasta aquella telaraña que colgaba doce pasos a la derecha del colchón. Realmente todas las imágenes se materializan desde el mismo ángulo, el que se dibuja desde aquel colchón morado con dos cuerpos enredados en la misma sábana.

Invadiendo nacionalidades (I)



Siempre que viajo en avión, me acarician los dedos de los pies las nubes. me hacen cosquillas y yo no paro de sonreír. Lo sé, sin agachar la mirada, porque cierro los ojos y noto escalofríos en el estómago desde que despegamos hasta que aterrizamos. Aquel verano no fue menos, incluso podría decir con seguridad que fue más porque esas sensaciones se mezclaron en una batidora con el miedo a que tu no estuvieras en la terminal de Bruselas, tú que me habías prometido tantas veces esperarme con un cartel con mi nombre, en color verde, claro. El miedo a que tantas promesas se hubieran olvidado, a pesar de que veinticuatro horas antes había escuchado tus ganas en una videoconferencia de tres minutos.
Mis piernas temblaron mientras bajaba por aquellas escaleras, para tocar el suelo, para estrellarme con la realidad. Me sentí extranjera sin protección y con el consulado en una dirección ajena a mí, sin mapa, sin ser capaz de pronunciar palabras en inglés para comunicarme y el castellano se me antojaba demasiado lejano en aquel autobús, atestado de gente. Era la primera vez que viajaba sola y era lejos de las fronteras de mi país, ese que desprestigiaba y con el tiempo aprendí a echar de menos y puede que tu fueras culpable .
Pero estabas, joder si estabas. Realmente no recuerdo formas ni carteles de aquel aeropuerto. Sólo fui capaz de verte a ti, allí y todo nuestro alrededor se desvaneció. Se desvaneció como si no hubiera nada más allá de nosotros, de un “tu y yo” que llevaba un año sin verse. Aún tengo pedazos de aquel abrazo guardados en mí, como si fuera lo único que quedó de esa semana que pasamos escondidos del mundo.
Vivimos cada hora con tanta velocidad e intensidad que he sido incapaz en todo este tiempo de ordenar tantos recuerdos, tantos besos y abrazos, que se fueron corriendo por los callejones y no fuimos capaces de atrapar ni siquiera corriendo de la mano, para guardarlos en botes con cloroformo.

1 de agosto de 2009

Si tu corazón y el mío son el mismo son...


...Como los corazones, que siempre acaban por desteñir. ¿Y los pulmones se impugnan de su esencia? ¿Y el riñón comienza a latir? -Rieron en alto- Yo hablo de los corazones que dibujan los niños pequeños, bueno, en realidad, lo dibujamos todos. Esos corazones que tienen forma de pico en la zona baja, y arriba se hunden hacia dentro. (♥) Le dibujó uno en la espalda, y ella se estremeció. Esos son los que destiñen, porque son los que representan el amor. Y el amor destiñe. Como los príncipes azules...al final resultan ser marrones. Siempre. Marrón, el color de la mediocridad.. -Su sonrisa se volvió oscura, quizá con un tono de melancolía, quizá-. ¿Por qué representan el amor con un corazón? Por que el corazón es vida, y el amor...también es vida. Y la vida se agota, y el amor...también. Y entonces es cuando empieza a desteñir, como una camiseta vieja. Hay que mimarla mucho para que dure. El amor es igual... El amor es igual a tantas cosas insignificantes, que lo complicamos, sin tener que hacerlo. ¿No es fácil saber cómo cuidar una camiseta para que no destiña?. El amor es igual. Y el amor es vida...