10 de agosto de 2009

perspectivas.


Una vez me dijeron que los corazones destiñen, que destiñen como lo hacen los principes azules. Una vez. Y entonces lloré, porque ni siquiera sabía que los principes azules no eran azules, si no marrones, o verdes, que eran sapos, y por muchos besos, no se transformaban. Era mi inocencia, santa, intacta, de la que nacieron lágrimas vírgenes, que sabían a pureza al llegar a los labios. Pero las lágrimas se gastan, efímeras como esta vida, y cuando los párpados se levantan, toca mirar de otra manera. Perspectivas. Y me di cuenta de que nada destiñe, si no, cambia de color. (¡Cambiar! Odio esa palabra, y todos sus derivados). Cambia de color dependiendo de la perspectiva, y cuando, después de seiscientas treinta y tres horas perdidas, con los párpados bajos y las lágrimas saladas derrapando por mis mejillas, levanté los párpados era el momento de tomar otra perspectiva. Madurar, como lo llamarían unos. No, no es eso, simplemente es darse cuenta de que la vida no es color de rosa. ni de color verde, ni marrón, ni azul. Es darse cuenta de que la vida, como el corazón y los príncipes es la mezcla de todo. Mezclate conmigo. Tú marrón y mi rojo, inventemos colores... Inventemos corazones que no destiñan.

1 comentario:

  1. La vida es de todos los colores y de ninguno. Depende de qué gafas te pongas al levantarte.

    Y los príncipes no destiñen, sólo pierden la capa de fantástica realeza que les cubre el rostro. A algunos, el maquillaje les sirve para ocultar un color oscuro y enfermizo, lleno de maldad o simplemente neutralidad (qué sentimiento más odioso). Otros, sin embargo, encubren bajo la pintura la verdadera belleza, que no tiene color, que no puede desteñir más, y que aún incolora, invisible, puede ver quien espera a que el príncipe se lave la cara.

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