3 de agosto de 2009

Invadiendo nacionalidades (IV)



La última noche deseé que se pararan las manecillas de todos los relojes del mundo, rompiendo barreras, sin que existieran las fronteras, como hicimos en nuestro primer beso inocente e infantil. Lo deseé con todas mis fuerzas y aún así el sol salió, la gente volvió a madrugar y como río hacia el mar, la vida siguió. En aquel amanecer yo me sentí extraña espiando vidas ajenas desde el tejado que cubría tu casa, mi querida bohardilla, nuestro escondite. Subimos allí con una escalera que nos amenazó con caerse a cada momento, estirando los brazos a las estrellas que nos sonreían allí arriba y en las manos una botella de tequila. Nos sentamos en el borde de aquella ventana por la que habíamos escapado de la resaca que ya nos invadía en recuerdos y tristeza de una despedida cercana. Bebimos en silencio, apurando cada gota y aparentando que no nos quemaba la garganta. Tenía ganas de llorar y sin embargo me hice la fuerte, la chica que podía con todo y más. Agarré la botella y apuré el último trago. Tu me mirabas, pero no me decías nada y yo...Yo te besé, como si fuera la última vez.
Ahí encontré la felicidad, en tus labios, tu saliva, tus manos en mi pelo y tu lengua haciéndome cosquillas en el corazón. Temblé, me abrazaste y lloré. ¿No dicen que también se llora de felicidad?. Pero no lo entendí, estaba borracha de alcohol, tabaco y de amor. Mi interior era un remolino y tu sólo me susurrabas que me quedase allí. Yo fui la primera cobarde en esta historia, realmente no fui capaz de mandar a la mierda la matricula de la universidad, a mi familia, a mis amigos, mi casa, mi música, mi país. ¡No mandé mi vida a la mierda por ti!. Joder, estoy intentando ser irónica y ni siquiera soy capaz.
Aquella noche sólo sonreí cuando dos estrellas fugaces cortaron la oscuridad del cielo en tres. Me sorprendió que haya costumbres que rompan las fronteras igual que lo habíamos hecho nosotros.
-Di un deseo.-Me dijo al oído.
-Quiero que pasen treinta años antes de mañana.
Realmente no sé si entendiste lo que significaba aquello. Tu me susurraste que me querías follar de nuevo.
Ambas cosas se cumplieron. O realmente las cumplimos.
Dormimos por la mañana, después de que el sol se asomara tras el último bloque de pisos que nuestros ojos alcanzaban ver, después de que tus manos abrieran mis piernas otra vez y yo te llorara más aún, en tu hombro.
Nos despertamos enredados y sentí que ambos cumplíamos aquel día cuarenta y nueve, casados y toda una vida juntos.

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