
Golpeó el cristal, dos y tres veces. Pero no tenía a penas fuerzas para hacerlo crujir...Todas se escurrían desde los ojos derrapando en las mejillas. Cuesta abajo y sin frenos, las lágrimas caían, igual que Claudia desde que Antón se había ido. A Buenos Aires, guitarra al hombro, sueños, escenarios, y todos los gritos que le pesaban haber dado a la chica a la que amaba (sí, la amaba a pesar de que su juventud le cegaba) y a la que ya ni se atrevía a llamar.
-Y volverás, sé que lo harás, aunque sea quince años después de la noche en que nos cosimos los corazones debajo del edredón.
Después, ella y sus diecinueve años se derrumbaron al lado de la bañera, la misma donde un año después de esta escena, acariciaba el cuerpo desnudo y cubierto de espuma de Jacobo.