11 de junio de 2010

Cuenta conmigo.

Nunca he sido el número uno. Nosotros somos dos y a tu salud, me he tomado tres cervezas. Dejamos escapar en una sóla noche cuatro autobuses, cinco trenes y vimos despegar seis aviones. Hubo siete veces en las que nos olvidamos de pronunciar las ocho letras que necesitábamos. Y que nos salvarían. Tu solías vestir el número nueve en el campo de juego, y jamás nos pusieron un diez en la asignatura que inventamos. Suspendimos igual que las once pestañas vivían suspendidas de tus párpados. Me comí doce pasteles y apagué trece velas en mi último cumpleaños porque me dejaste sin resparación. Y no es por echar o no la culpa ni a ti ni a un estúpido número, pero es cierto que he tenido catorce días de mala suerte. Se me cayeron quince lágrimas mientras veía dieciseis letras duplicadas irse dando diecisiete vueltas por el retrete. Gasté dieciocho tiritas en ocultar las heridas que dejaste en mi, y cada una se despegó diecinueve veces recordándome que al final te quiero o te odio y que estarás, invitablemente, en mi veinte cumpleaños. Que estarás cuando cumpla los veintiuno y los veintidós. Y puede que cada vez que aparezcas me dejes sin respiración veintitrés segundos, los suficientes como para morir veinticuatro veces en tus veinticico abrazos. Llevo veintiseis días sin verte, y he roto veintisiete relaciones esperando al menos veintiocho llamadas tuyas. Me siento como si tuviera veintinueve, y sentada, esperara la crisis de los treinta. He comprado treinta y una tarrinas de helado, para que los treinta y dos días de calor sin ti se me pasen rápido; y tengo preparados treinta y tres disfraces para dejarme la piel cada noche. Quiero conocer treinta y cuatro camas, sin ser yo, y darme cuenta treinta y cinco veces que me faltas al lado cuando me levanto. Pero me engañaré treinta y seis veces, y en cada beso número treinta y siete, te odiaré con la fuerza del número treinta y ocho. La fuerza de la madurez y la pesadez de pensar en ti treinta y nueve veces al día y siempre que el reloj digital marca el número cuarenta en cualquiera de sus dígitos. Te puedo regalar cuarenta y una palabras y olvidar las demás. Pero al menos cuarenta y dos de las que restan me parecen indispensables, como las cuarenta y tres sonrisas que te robé y los cuarenta y cuatro momentos a tu lado recogidos en papel fotográfico. Apareciste un cuarenta y cinco de Agosto y te irás cuarenta y seis años después, con cuarenta y siete arrugas en la cara y cuarenta y ocho punzadas en el corazón. Y solo te seguirán los cuarenta y nueve trozos de papel de tus cartas rotas, las cincuenta zancadas que daba para llegar a tu portal y los cincuenta y un "te voy a echar de menos" que mi ego elevado a cincuenta y dos jamás me haya dejado pronunciar.

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