18 de noviembre de 2010

No volví a lavar aquella camiseta. Me olía a ti, a ese olor a tabaco que siempre estaba pero que te empeñabas a amortiguar con aquel perfume de "Hugo Boss". La escondí en el armario, y si no fuera tan jodidamente dependiente de ti y de tus encuentros casuales en las céntricas superficies comerciales de la capital; hubiera volado de la ventana al contenedor. Vale, no podía evitar quedarme parada delante de aquel escaparate cada vez que mis pies recorrían la Calle Preciados; y joder, si mis amigos conocieran un poco de música decente en castellano, me hubieran cantado eso de "¿se puede saber que esperas; que te mire y que te seque, que te vea y que se quede tomando la luna juntos?". No se de que me quejo si ya estaba mi cabeza ahí para recordarmelo, o mi iPod siempre tan oportuno. Era la primera vez que aquella canción sonaba del revés; y no, no quiero decir que Ivan Ferreiro la cantara de forma endemoniada hacia atrás... es que, joder, yo era la otra protagonista de la historia, la que paseaba por la playa (o en su defecto por la Gran Vía de la capital, que casualmente cumplía 100 años), llena de lluvia; y bueno, lo de que estuviera vacía... no puedo decir que lo estuviera, pero si que ya no me fijaba en nadie mas. Quería volverte a ver. Bueno, no lo quería. Lo deseaba de forma insana. Obsesiva, psicótica. Lo de haber follado contigo... disparó tal numero de hormonas que creía que me estaba volviendo una enferma. 
Y reapareciste el día menos esperado, en el sitio menos esperado. Vale que lo de esconder tu camiseta en el armario fue una maldita escusa para esconder que habíamos follado como si no hubiera un mañana; pero que llamaras a mi portero una noche de jueves mientras lloraba oliendo tu camiseta, era todo un acontecimiento típico de una película de amor y no de mi vida. 

1 comentario:

  1. te gritoooooooooooo para invitarte a mi nuevo espacio!
    y tienes que formar parte de él sí o sí =)

    ResponderEliminar