18 de enero de 2011
lavidaentera.
yo me pasaría una vida entera contando los lunares de tu espalda. parpadearía, me perdería... y volveríamos a empezar. una, dos y tres veces. y me dormiría con la sensación de no querer despertar. con el miedo a la nada, a las sabanas vacías... o al olor del café. solo bebería una taza de esa extraña combinación de semillas y agua caliente, si tuviera la garantía de que fueran tus lunares derretidos. y seriamos uno. uno solo sin nada que contar.
18 de noviembre de 2010
No volví a lavar aquella camiseta. Me olía a ti, a ese olor a tabaco que siempre estaba pero que te empeñabas a amortiguar con aquel perfume de "Hugo Boss". La escondí en el armario, y si no fuera tan jodidamente dependiente de ti y de tus encuentros casuales en las céntricas superficies comerciales de la capital; hubiera volado de la ventana al contenedor. Vale, no podía evitar quedarme parada delante de aquel escaparate cada vez que mis pies recorrían la Calle Preciados; y joder, si mis amigos conocieran un poco de música decente en castellano, me hubieran cantado eso de "¿se puede saber que esperas; que te mire y que te seque, que te vea y que se quede tomando la luna juntos?". No se de que me quejo si ya estaba mi cabeza ahí para recordarmelo, o mi iPod siempre tan oportuno. Era la primera vez que aquella canción sonaba del revés; y no, no quiero decir que Ivan Ferreiro la cantara de forma endemoniada hacia atrás... es que, joder, yo era la otra protagonista de la historia, la que paseaba por la playa (o en su defecto por la Gran Vía de la capital, que casualmente cumplía 100 años), llena de lluvia; y bueno, lo de que estuviera vacía... no puedo decir que lo estuviera, pero si que ya no me fijaba en nadie mas. Quería volverte a ver. Bueno, no lo quería. Lo deseaba de forma insana. Obsesiva, psicótica. Lo de haber follado contigo... disparó tal numero de hormonas que creía que me estaba volviendo una enferma.
Y reapareciste el día menos esperado, en el sitio menos esperado. Vale que lo de esconder tu camiseta en el armario fue una maldita escusa para esconder que habíamos follado como si no hubiera un mañana; pero que llamaras a mi portero una noche de jueves mientras lloraba oliendo tu camiseta, era todo un acontecimiento típico de una película de amor y no de mi vida.
1 de noviembre de 2010
24 de octubre de 2010
*
Era algo que todos conocían y que yo me empeñaba en seguir negando. Me estaba enamorando de él. O, para que engañarnos, enamorando de esa idea suya que me había formado en la cabeza. De esa obsesión de pensar que era la persona que hacia tiempo estaba buscando. Esa idea me hacia creer que era el hombre perfecto. Llegué a creer que nadie se podía reír de la misma manera que lo hacia él; agachando la cabeza y arrugando las mejillas. Que nadie era capaz de bailar tan arrítmicamente como él, y por tanto, nadie mas me podría hacer reír de la misma manera en las noches en que salíamos a matar. Sin remedio, esa imagen en la que se había convertido su idea en mi cabeza, pasó a tomar cierto protagonismo en mis sueños. Sin remedio, comenzó a acompañarme en el colchón, haciéndome todo aquello que, como hombre perfecto, llevaba innato en la genética de aquella imagen que me había formado suya en la cabeza. Tenia claro que sabría planchar, poner la lavadora y cocinar comida con bechamel. Me hubiera entregado en cuerpo y alma a aquella persona. Y como él tenia los mismos ojos negros, la misma sonrisa perfecta, la misma forma de hacerme de reír que aquella imagen que se paseaba a sus anchas por mi cabeza, comencé, no sin cierto temor, a entregarme en cuerpo y alma a alguien que no sabia planchar, se liaba con los botones de la lavadora, se alimentaba de hamburguesas de 1€ en los restaurantes de comida rápida, y cuando salia a matar, quería matar. Llamarme estúpida, ingenua... borracha que creyó la combinación de sueños que se formaban entre las pocas neuronas de su cabeza.
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