25 de febrero de 2010
filosofía del que no pensó.
No se trata de crecer y menos, de cambiar. Ya no... Ni tan poco se trata de amor, ni de un "no puedo vivir sin tí". No estoy colgando en tus manos, ni soy tu princesa ni me juras que nadie me hará más llorar... Estoy cansada de estereotipos y de canciones que creen que hablan de amor, y nos atormentan en las radiofórmulas. Estoy cansada de que crean que todo tiene un nombre, un matiz y un color. Blanco o negro... y vamos reinventándonos, vamos olvidando los paraguas, y disfrutando de aguaceros que caen con rabia contra los cuerpos capaces de saltar en los charcos sin miedo al agua. Marcamos la diferencia con el viento de cara que nos quiere arrancar la sonrisa de cuajo, nos quiere dejar como todos los demás... Me importa poco que alguien lo entienda o que no. Me importa poco que tu, que lees, no sepas lo que son los besos con sabor a lluvia, o no entiendas lo importante que es tener una banda sonora para cada momento o persona. Supersubmarina, gracias. Y no sé si te ha hecho más ilusión a ti o a mi, si tu sonrisa era más grande que la mía, o si mis ojos han reflejado todo lo que tenían que haber reflejado. Todos los males de la humanidad han comenzado con la necesidad del saber. ¿Cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? ¿por qué?, ¿cuánto?... Que más da. Estás ahora aquí y mañana allí, porque es esta vida y funciona así... Y me pasaría la vida secándote las mejillas a base de besos y refugiándote en mi paraguas. No quiero que deje de llover ni quiero que dejes de querer estar ahí, con diecinueve, con veinte o con veintitrés.
2 de febrero de 2010
necesito un amor que no cueste trabajo, para seguir de pie.
3 de enero de 2010
Las guitarras mueren de pie.
Sí, soy incapaz de tocar un sólo acorde sin acordarme de tu sonrisa al lado, de tus dedos, de tus ojos clavados en cada movimiento.
Las guitarras tienen la manía de llorar a las 5:04 de la mañana, y les da igual que yo tenga compañía en la cama. Sí, incluso en todas las noches en las que me he dormido abrazada a Jacobo, a las 5:04 de la mañana abría los ojos y ella estaba allí, al final de la habitación mirándome, preguntándome donde estabas.
A Jacobo no le gustan las guitarras, y menos la mía que siempre llora y no suena bien. Se niega a afinarse. Sí, lo hago como tu me enseñaste, siempre girando en el sentido de las agujas del reloj, nunca al revés, y al segundo acorde ya vuelve a chirriar y a arañar.
No me quiere, ni quiere a Jacobo.
Jacobo tampoco la quiere a ella y la quiere tirar. Jacobo es más de piano, ¿sabes?. Pero no quiero que me enseñe a tocar el piano. Temo que lo pianos lloren más fuerte y con más ganas que las guitarras.
Sin embargo, siempre que me despiertan las lágrimas de la guitarra a las 5:04 de la mañana, me acuerdo de tí, y creo que si Jacobo la tira, no me quedara nada. Ni tu sonrisa, ni tus dedos, ni tus ojos. Pero no sé como explicarle ésto, ni como explicarle que las guitarras mueren de pie. Y tengo miedo Antón. ¿Cuándo vas a volver?. ¿Por qué te fuiste?.
30 de diciembre de 2009
adiós.
Si tengo que hablar de moralejas que este año me ha dejado, podría llenar una sola página de Word. Una cosa tengo clara, “recibimos de lo que damos”, y puede que Paulo Coelho, escritor que me ha acompañado en casi todos los viajes y hasta en las horas de tren, me haya ayudado a afirmarlo. Él diría que el universo conspira para que consigamos lo que deseamos. Al fin y al cabo, si nos quedamos de brazos cruzados no vamos a conseguir absolutamente nada, pero sí es cierto, que después de mucho dar, yo me he encontrado con pequeñas (o grandes) casualidades, que han formado momentos que guardar en cajas o baúles. Y sí, “todo llega y todo pasa”… y “no podemos vivir del recuerdo, pero tampoco, vivir sin recordar”.
Y si algo ha marcado este año, ha sido el hecho de “cerrar etapas”. Es lo más sano y todos, todos lo necesitamos. Algunas son inevitables, pero otras hay que saber cerrarlas. Como también hay que saber abrir otras y estar dispuestos a sumergirse en ellas. Las palabras siempre ayudan, pero encarcelan la vida. Aún no soy capaz de definir lo inevitable, o más bien distinguirlo, pero es cierto que cuando aprendes a dejarte llevar, todo se convierte en una corriente que no desemboca en el mar. Desemboca en las personas que te acompañan…. Y personas tampoco han faltado este año y las que sobraban ya no están. No han de significar nada cuando para ellas tu no significaste nada. La afirmación de que “no estamos todos los que somos, pero al menos, somos todos los que estamos” ha cobrado el sentido de que al final lo que importa son las personas con las que compartes cada momento, sonrisa, abrazo, carcajada, a pesar de que siempre falte alguien al lado. O no. Pero yo siempre tiendo a hacerlo. Echar de menos.
Todo es posible, los sueños se cumplen, y el esfuerzo tiene recompensa. Sé que soy capaz de todo lo que me proponga, lo aprendí después de interminables pasos por Galicia, después de algunas lágrimas de rabia y sobretodo muchas manos amigas que tiraron de mí como yo tiré de ellas. Es increíble todo lo que me lleve de aquel viaje, de ese último día en que vimos Santiago de lejos y de cerca. Y lo vivimos, sentimos, pisamos, disfrutamos por veinticuatro horas, fugaces pero llenas de satisfacción. Parecida a la que vivimos la noche del cinco de Septiembre y con la que amanecimos el día seis, aún con ganas de gritar “¡Muera Godoy!”. Satisfacción que guardaba un puñado de noches, un puñado de personas, un puñado de risas, un puñado de antorchas, y un escenario que luego echábamos de menos delante de la fachada de Palacio.
Y es cierto que las cosas se tuercen (es inevitable), pero hoy soy capaz de decir que todo tiene su parte positiva. Acabé donde quizá nunca me había planteado y ahora que estoy, no quiero irme. Y sí, tirando de tópicos, la vida universitaria no sé si es la mejor, pero al menos me da más de lo que hacia tiempo venía pidiendo.
El año pasado cerraba el año en el Palacio de los deportes, un veintinueve de Diciembre, dejando atrás la gira “Personas” y sin ser consciente de que aún quedaba mucho por vivir, con ellos en el escenario y con mi gente debajo, esa que ellos han unido. Y ahora que esto ha acabado, lo cierro deambulando por Madrid con Marta, dejando claro que ellos no siguen, pero nosotras sí, y la ilusión, las ganas de verse, las ganas de abrazos y de fotografías siempre es algo constante. Los sueños se cumplen en la puerta de atrás del Palacio de los Deportes, pero también en la parada de metro de Las Ventas y en la plaza del ayuntamiento de Aranjuez en verano, también.
Y como la mayor parte de la gente podría hacer una lista de propósitos para el dos mil diez. Se basa sólo en seguir despertándome a diario con ganas de sonreír y hacerlo, porque quedarse “con las ganas” a veces duele, y sonreír no. Además es bonito ir por la calle, por el transporte público desentonando con todo el mundo. Y sé que esas ganas se van a alimentar de que este nuevo año me de más buenos momentos. De que me de buena música que descubrir y con la que estremecerme, debajo de los escenarios, con buena compañía, y tumbada en la cama con los cascos en los oídos. De que me brinde la oportunidad de viajar y aunque seguros sean Cantabria e Italia, tenga lugar Sevilla, San Sebastián y cualquier otro sitio donde haya un escenario, una botella, una luna llena, una cama de hotel, un puñado de estrellas, allí donde las lágrimas nunca valgan la pena. De que haya encuentros y reencuentros, casualidades y abrazos, de que sea capaz de conocer aún más a los que han llegado este año, y a los que llevan casi una vida entera. De que tenga la oportunidad de llorar de felicidad, como aprendí a hacer hace años.
*Quiero romper la ley de gravitación universal, no quedarme “con las ganas” ni de ti, ni de nada y saber que aunque la vida pueda acabar hoy, eso no va a impedir que caminemos siempre hacia adelante. Comprender, una vez más, que lo pequeño es grande día a día. Hacer los domingos astrománticos y volver donde solíamos gritar. Seguir viendo aviones despegar, con la sonrisa de la pequeña Amelie y seguir sintiéndome Lady Madrid cada vez que la noche, los bares y el metro nos envuelve. Y aunque tu no lo sepas, o sí, me he acostado a tu espalda. Estoy por llevarme la luna debajo del brazo y mientras corro gritarte un “Te quiero, te odio”. Sé que vale la pena hasta que todo encaje. No quiero que los tequieros se queden una vez más en mi garganta, ni tampoco las cosas que suenan a triste. Ser V*aliente no es sólo cuestión de suerte y eso me lo ha enseñado Vetusta Morla y mis ganas de ti. Por ti, por ti, por ti… me pongo el sombrero para que no se escapen los sueños. Mi rutina preferida, el paraíso con gastos pagados y Mi paracaídas.
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