9 de diciembre de 2009

eres como un carrusel...

El problema es que desde que dejé de buscar en cada coche rojo, detrás de cada árbol, detrás de las farolas, a ti te dió por aparecer en cada retrovisor, en cada parking, en cada vagón de tren que nos arrastra en rutinas. Me canso de verte. Me duele que las cosas sean tan inversamente proporcionales a su deseabilidad. Que cuando quería verte, no estuvieras. Que cuando quería abrazarte, no estuvieras. Y cuando quiero odiarte, estás con tu maldita sonrisa. Y lo más triste de todo, si podemos poner algún sentimiento a las situaciones absurdas por las que nos arrastran nuestros caminos, es que sigas sin cruzar la calle, que siempre estés en la misma posición en la que te conocí. Y aunque te empeñes en llenar cada madrugada otra vez con tu olor, cada amanecer con tu sonrisa en el cristal, he aprendido a esquivar todas y cada una de tus armas... hasta la de tu voz risueña que rompe cualquier silencio. He aprendido a escaparme y a ilusionarme con nuevas sonrisas, de las que llegan tan directas que no son capaces de esconderse en el reflejo de ningún transporte público, ni privado. He dejado de jugar con los coches y de correr detrás de tí. Ahora sólo corro para encerrarme en el metro de Madrid y llegar al último vagón de tren en el que pueda perderme con otros recuerdos que ya no te pertenecen, y creo que jamás te pertenecieron. He aprendido a no depender de una sonrisa una vez por semana, ni menos de tu sonrisa una vez cada tres meses... Lo mejor de todo, es que, con nuestra actitud siempre infantil, hemos pasado de jugar al pilla-pilla a jugar al escondite... y aún ninguno ha encontrado el lugar donde no vernos, porque tu siempre vas a estar a punto de cruzar la calle, y yo no paro de ir y de venir.

Quererte odiar

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