
Hay cantantes que gritan. Cantantes que susurran. Cantantes que expresan y otros que no lo hacen. Cantantes a los que les escriben canciones, y cantantes que escriben sobre "historias que he vivido o la gente que me rodea". Cantantes que hacen poesía. Cantantes que destrozan la música.
Y después de todo eso, está Quique Gonzalez. Él es el que lanza disparos con palabras. El que llega en la primera escucha. El que en la segunda ya te ha rasgado un poquito el corazón y el que a la quinta está dentro para quedarse. Él es el hace poesías y les pone la música adecuada. El que tiene una canción para cada momento de mi vida.
Él es el que se puede permitir publicar discos como "Avería y Redención #7", y que seguido en su discográfica aparezca un "Daiquiri blues".
Si en la quinta escucha ya entró dentro para no irse, ahora lo hace para hacerme nudos en el estómago. Está ahí para poner un nudo en la garganta y adaptar cada canción a un momento. Él es arte, un arte intimo que, en ocasiones, considero mío, propio. Es mi pequeño gran hombre. El que publica el disco que necesito en el momento en que lo necesito.
"Uno, dos, tres y..." sumérgete, empápate de poesía podría ser la voz en OFF antes de que empiece a cantar. Con ese sentimiento que pone y que habla de sentimiento. De amor. De desamor. De carreteras y distancias. De un "estoy llegando" pero quizá sea demasiado tarde o no. Él es el que deja cada canción con un final abierto, para que cada momento lo complete. Mi contexto lo completa con un "te llevaste la luna debajo del brazo, y por mucho que corra ya no estás aquí". Desencuentros.
Y susurra y hasta a veces creo que grita. Siente las canciones, las expresa, las escribe y también las coge prestadas, y todas y cada una de ellas, cada palabra la hace suya. Yo las hago mías.
Y sí, a pesar de que aviones es grande, daiquiri blues es mi disco del año. Y lo digo semana y un día después de haberlo escuchado porque aún creo no era consciente de la joya que tenía en las manos.