10 de agosto de 2009

perspectivas.


Una vez me dijeron que los corazones destiñen, que destiñen como lo hacen los principes azules. Una vez. Y entonces lloré, porque ni siquiera sabía que los principes azules no eran azules, si no marrones, o verdes, que eran sapos, y por muchos besos, no se transformaban. Era mi inocencia, santa, intacta, de la que nacieron lágrimas vírgenes, que sabían a pureza al llegar a los labios. Pero las lágrimas se gastan, efímeras como esta vida, y cuando los párpados se levantan, toca mirar de otra manera. Perspectivas. Y me di cuenta de que nada destiñe, si no, cambia de color. (¡Cambiar! Odio esa palabra, y todos sus derivados). Cambia de color dependiendo de la perspectiva, y cuando, después de seiscientas treinta y tres horas perdidas, con los párpados bajos y las lágrimas saladas derrapando por mis mejillas, levanté los párpados era el momento de tomar otra perspectiva. Madurar, como lo llamarían unos. No, no es eso, simplemente es darse cuenta de que la vida no es color de rosa. ni de color verde, ni marrón, ni azul. Es darse cuenta de que la vida, como el corazón y los príncipes es la mezcla de todo. Mezclate conmigo. Tú marrón y mi rojo, inventemos colores... Inventemos corazones que no destiñan.

5 de agosto de 2009

-Vamos, dime por qué no he de montarme en ese tren.
-Porque huir no es la manera de enfrentar los problemas.
-¡No, no es eso!-Chilló ella entre sollozos ahogados.
-¿Por qué no lo dices tu?.Yo también necesito escucharlo y nunca te lo he pedido...
-Yo..Yo...A mí no me queda nada, Antón, nada...
-Te puedo asegurar que sí.-Suspiró.- Te quedan los acordes de mi guitarra que cada noche me gritan tu nombre, que lloran con tus palabras, con tus suspiros... Te quedan las noches en las que las estrellas son nuestra única luz, los sueños que alguna vez pediste a las estrellas fugaces, con la cabeza apoyada en mi pecho. Nuestra banda sonora...Compuesta del sonido de tu corazón y el mío en las noches que hacemos el amor.
En ese instante, ella rompió a llorar.
-¿Por qué lo complicas todo tanto, Antón?
-Por que te quiero...pero si lo decía antes, quizá te hubiera dado tiempo a coger el tren...Ahora se ha ido y te vas a quedar conmigo.
El mundo se detuvo.

3 de agosto de 2009

Invadiendo nacionalidades (V)


Y en la terminal del aeropuerto ya no sólo estabas tu. Había carteles, trabajadores, turistas, familias, maletas, enamorados, traficantes, policías, solitarios, periodistas, niños, ancianos, ruido, cansancio en los ojos, en las manos, sonrisas tristes...y aviones despegando. Dos caladas a un cigarro y luego me besaste. Nos quedamos en silencio los último cinco minutos que estuvimos juntos, te habías cansado de repetirme que me quedara y no entendías que tenía que volver. Tampoco entendías que la vida me llevaría de nuevo a tu lado, y si para mi fue un “hasta luego” para ti fue un “hasta siempre”, sin embargo, sólo me dijiste “Te quiero”, y yo sonreí.
¿Sabes cómo acabó todo?. Siete meses después. Sí, conseguí la beca a la universidad de Bruselas, y aterricé en la misma terminal. Nunca lo supiste porque dejaste de responder a mis llamadas desde el momento en que... Desde el momento en que decidiste seguir mi vida sin mí. ¿Tan difícil era decírmelo?. Tu no me viste aquella noche, un bar, y joder, volvió a pasar, sólo estabas tú y una chica rubia a tu lado, pálida y preciosa, la besaste como lo habías hecho tantas veces conmigo. Corrí, y cuando frené lejos de la ciudad sólo tenía en las manos una botella de tequila. Brindé sin ti, brindé por nosotros, por las estrellas fugaces, los recuerdos, el bloque de pisos en la costa española en el que nos conocimos, donde nunca más ninguno de nosotros volvió. Brindé por los besos que ya no eran míos, los besos que no serían para ti. Dije hasta siempre, hasta nunca y hoy, tres años después aún sigo sentada en aquel banco que nos saludaba desde la pequeña ventana de la bohardilla en la que tu ya no vives.

Invadiendo nacionalidades (IV)



La última noche deseé que se pararan las manecillas de todos los relojes del mundo, rompiendo barreras, sin que existieran las fronteras, como hicimos en nuestro primer beso inocente e infantil. Lo deseé con todas mis fuerzas y aún así el sol salió, la gente volvió a madrugar y como río hacia el mar, la vida siguió. En aquel amanecer yo me sentí extraña espiando vidas ajenas desde el tejado que cubría tu casa, mi querida bohardilla, nuestro escondite. Subimos allí con una escalera que nos amenazó con caerse a cada momento, estirando los brazos a las estrellas que nos sonreían allí arriba y en las manos una botella de tequila. Nos sentamos en el borde de aquella ventana por la que habíamos escapado de la resaca que ya nos invadía en recuerdos y tristeza de una despedida cercana. Bebimos en silencio, apurando cada gota y aparentando que no nos quemaba la garganta. Tenía ganas de llorar y sin embargo me hice la fuerte, la chica que podía con todo y más. Agarré la botella y apuré el último trago. Tu me mirabas, pero no me decías nada y yo...Yo te besé, como si fuera la última vez.
Ahí encontré la felicidad, en tus labios, tu saliva, tus manos en mi pelo y tu lengua haciéndome cosquillas en el corazón. Temblé, me abrazaste y lloré. ¿No dicen que también se llora de felicidad?. Pero no lo entendí, estaba borracha de alcohol, tabaco y de amor. Mi interior era un remolino y tu sólo me susurrabas que me quedase allí. Yo fui la primera cobarde en esta historia, realmente no fui capaz de mandar a la mierda la matricula de la universidad, a mi familia, a mis amigos, mi casa, mi música, mi país. ¡No mandé mi vida a la mierda por ti!. Joder, estoy intentando ser irónica y ni siquiera soy capaz.
Aquella noche sólo sonreí cuando dos estrellas fugaces cortaron la oscuridad del cielo en tres. Me sorprendió que haya costumbres que rompan las fronteras igual que lo habíamos hecho nosotros.
-Di un deseo.-Me dijo al oído.
-Quiero que pasen treinta años antes de mañana.
Realmente no sé si entendiste lo que significaba aquello. Tu me susurraste que me querías follar de nuevo.
Ambas cosas se cumplieron. O realmente las cumplimos.
Dormimos por la mañana, después de que el sol se asomara tras el último bloque de pisos que nuestros ojos alcanzaban ver, después de que tus manos abrieran mis piernas otra vez y yo te llorara más aún, en tu hombro.
Nos despertamos enredados y sentí que ambos cumplíamos aquel día cuarenta y nueve, casados y toda una vida juntos.