2 de agosto de 2009

Invadiendo nacionalidades (II)



Mis pupilas reflejan hoy, en este folio en blanco, sólo aquella bohardilla en la que vivimos, aquella que nunca más he vuelto a pisar, tras aquel diecisiete de agosto en que se cerró detrás de nosotros y volvimos a la realidad. Era un quinto piso, y a mi me parecía al menos un vigésimo segundo. Fuiste capaz de arrastrarme al cielo.
Treinta metros cuadros de los que sólo usábamos los dos por dos que ocupaba aquel colchón tirado el suelo. Y hacíamos el amor casi a ras de suelo. Mataste mi inocencia suicida, la misma que había gastado todo el dinero ahorrado en un año, por verte. Me arrancaste todo, la vida y las bragas, era tuya cada medianoche, cada mediodía, cada siesta por tradición nacional y cada despertar con los cuerpos tan enredados que cualquiera los hubiera confundido.
Sinceramente no sé si acabe más enamorada de ti, de Bélgica o del olor a patatas fritas que se mezclaban con palabras en un castellano demasiado pobre y un inglés peor aún. Yo sonreía diciéndote “I love you” y tu lo acentuabas contestándome “Te quiero” con el acento que te ha caracterizado desde el día, sin fecha, que te conocí, al fin y al cabo has sido parte de mis veranos desde que tengo conciencia. Parte indispensable en aquel bloque de edificios donde coincidían nuestras segundas residencias en la costa española.
Puedo recordar cada rincón de aquella pequeña bohardilla, de aquel pequeño refugio en el que me quisiste más de lo que nadie lo había hecho, lo ha hecho, ni lo hará jamás, en parte porque yo no dejaré que nadie me quiera tanto para no derramar todas las lágrimas que resbalaron con el tiempo por ti. Acto de causa y efecto, todo se acaba. Supongo que será una estrategia contra el dolor que nace tras la primera decepción de amor, por eso dicen que el “primer amor” es el más fuerte, el más importante y el más verdadero. Es cierto que no fuiste el primero, pero quizá es que a los anteriores no los podía llamar amor, y a ti te lo susurraba cada vez que introducías parte de ti en mi. Cada rincón, cada baldosa de aquel suelo frío y hasta aquella telaraña que colgaba doce pasos a la derecha del colchón. Realmente todas las imágenes se materializan desde el mismo ángulo, el que se dibuja desde aquel colchón morado con dos cuerpos enredados en la misma sábana.

1 comentario:

  1. Supongo que a estas alturas no hace falta que diga, oh que gran texto! Te aseguro que no hay nada comparado con tomarse un café y leer estas palabras de ilusión, bonita :)!
    Un besazo!

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