Si tengo que hablar de moralejas que este año me ha dejado, podría llenar una sola página de Word. Una cosa tengo clara, “recibimos de lo que damos”, y puede que Paulo Coelho, escritor que me ha acompañado en casi todos los viajes y hasta en las horas de tren, me haya ayudado a afirmarlo. Él diría que el universo conspira para que consigamos lo que deseamos. Al fin y al cabo, si nos quedamos de brazos cruzados no vamos a conseguir absolutamente nada, pero sí es cierto, que después de mucho dar, yo me he encontrado con pequeñas (o grandes) casualidades, que han formado momentos que guardar en cajas o baúles. Y sí, “todo llega y todo pasa”… y “no podemos vivir del recuerdo, pero tampoco, vivir sin recordar”.
Y si algo ha marcado este año, ha sido el hecho de “cerrar etapas”. Es lo más sano y todos, todos lo necesitamos. Algunas son inevitables, pero otras hay que saber cerrarlas. Como también hay que saber abrir otras y estar dispuestos a sumergirse en ellas. Las palabras siempre ayudan, pero encarcelan la vida. Aún no soy capaz de definir lo inevitable, o más bien distinguirlo, pero es cierto que cuando aprendes a dejarte llevar, todo se convierte en una corriente que no desemboca en el mar. Desemboca en las personas que te acompañan…. Y personas tampoco han faltado este año y las que sobraban ya no están. No han de significar nada cuando para ellas tu no significaste nada. La afirmación de que “no estamos todos los que somos, pero al menos, somos todos los que estamos” ha cobrado el sentido de que al final lo que importa son las personas con las que compartes cada momento, sonrisa, abrazo, carcajada, a pesar de que siempre falte alguien al lado. O no. Pero yo siempre tiendo a hacerlo. Echar de menos.
Todo es posible, los sueños se cumplen, y el esfuerzo tiene recompensa. Sé que soy capaz de todo lo que me proponga, lo aprendí después de interminables pasos por Galicia, después de algunas lágrimas de rabia y sobretodo muchas manos amigas que tiraron de mí como yo tiré de ellas. Es increíble todo lo que me lleve de aquel viaje, de ese último día en que vimos Santiago de lejos y de cerca. Y lo vivimos, sentimos, pisamos, disfrutamos por veinticuatro horas, fugaces pero llenas de satisfacción. Parecida a la que vivimos la noche del cinco de Septiembre y con la que amanecimos el día seis, aún con ganas de gritar “¡Muera Godoy!”. Satisfacción que guardaba un puñado de noches, un puñado de personas, un puñado de risas, un puñado de antorchas, y un escenario que luego echábamos de menos delante de la fachada de Palacio.
Y es cierto que las cosas se tuercen (es inevitable), pero hoy soy capaz de decir que todo tiene su parte positiva. Acabé donde quizá nunca me había planteado y ahora que estoy, no quiero irme. Y sí, tirando de tópicos, la vida universitaria no sé si es la mejor, pero al menos me da más de lo que hacia tiempo venía pidiendo.
El año pasado cerraba el año en el Palacio de los deportes, un veintinueve de Diciembre, dejando atrás la gira “Personas” y sin ser consciente de que aún quedaba mucho por vivir, con ellos en el escenario y con mi gente debajo, esa que ellos han unido. Y ahora que esto ha acabado, lo cierro deambulando por Madrid con Marta, dejando claro que ellos no siguen, pero nosotras sí, y la ilusión, las ganas de verse, las ganas de abrazos y de fotografías siempre es algo constante. Los sueños se cumplen en la puerta de atrás del Palacio de los Deportes, pero también en la parada de metro de Las Ventas y en la plaza del ayuntamiento de Aranjuez en verano, también.
Y como la mayor parte de la gente podría hacer una lista de propósitos para el dos mil diez. Se basa sólo en seguir despertándome a diario con ganas de sonreír y hacerlo, porque quedarse “con las ganas” a veces duele, y sonreír no. Además es bonito ir por la calle, por el transporte público desentonando con todo el mundo. Y sé que esas ganas se van a alimentar de que este nuevo año me de más buenos momentos. De que me de buena música que descubrir y con la que estremecerme, debajo de los escenarios, con buena compañía, y tumbada en la cama con los cascos en los oídos. De que me brinde la oportunidad de viajar y aunque seguros sean Cantabria e Italia, tenga lugar Sevilla, San Sebastián y cualquier otro sitio donde haya un escenario, una botella, una luna llena, una cama de hotel, un puñado de estrellas, allí donde las lágrimas nunca valgan la pena. De que haya encuentros y reencuentros, casualidades y abrazos, de que sea capaz de conocer aún más a los que han llegado este año, y a los que llevan casi una vida entera. De que tenga la oportunidad de llorar de felicidad, como aprendí a hacer hace años.
*Quiero romper la ley de gravitación universal, no quedarme “con las ganas” ni de ti, ni de nada y saber que aunque la vida pueda acabar hoy, eso no va a impedir que caminemos siempre hacia adelante. Comprender, una vez más, que lo pequeño es grande día a día. Hacer los domingos astrománticos y volver donde solíamos gritar. Seguir viendo aviones despegar, con la sonrisa de la pequeña Amelie y seguir sintiéndome Lady Madrid cada vez que la noche, los bares y el metro nos envuelve. Y aunque tu no lo sepas, o sí, me he acostado a tu espalda. Estoy por llevarme la luna debajo del brazo y mientras corro gritarte un “Te quiero, te odio”. Sé que vale la pena hasta que todo encaje. No quiero que los tequieros se queden una vez más en mi garganta, ni tampoco las cosas que suenan a triste. Ser V*aliente no es sólo cuestión de suerte y eso me lo ha enseñado Vetusta Morla y mis ganas de ti. Por ti, por ti, por ti… me pongo el sombrero para que no se escapen los sueños. Mi rutina preferida, el paraíso con gastos pagados y Mi paracaídas.